La Soledad
Decía Pascal que
detrás de todas nuestras ocupaciones, y detrás de nuestro infatigable quehacer
diario, lo que se esconde es nuestro miedo a quedarnos a solas con nosotros
mismos, con nuestra realidad personal, y a enfrentarnos con nuestros
sentimientos más íntimos, pues en el fondo intuimos lo vacía que realmente está
nuestra vida y por ello rechazamos toda posibilidad de reflexión sobre nosotros
mismos, y sobre nuestras ambiciones y deseos.
Distingamos una
cosa: no es lo mismo el miedo a la soledad que el miedo a quedarse a solas con
uno mismo.
Los momentos de
soledad son enriquecedores –e imprescindibles, opino yo-; es muy útil la
soledad cuando uno trata de conectar con su propia esencia, con la auténtica
naturaleza, ya que el personaje que estamos viviendo continuamente relega a la
autenticidad que somos, y parece como si ésta se quedara rezagada, timorata,
esperando que alguien le venga a rescatar.
Evitarse
continuamente a sí mismo, impedirse los momentos de estar a solas, o no
propiciarlos, es una equivocación. No tiene sentido tratar de estar evitándose
continuamente.
Lo malo, y lo
cierto, que tienen este tipo de huidas es que vayas donde vayas te encontrarás
contigo mismo. Es así. Huir es inútil porque te sigues a todos lados. No hay
escondrijo en el que ocultarse. No hay posibilidad de negarse o de no
reflejarse en el espejo.
Los pensamientos
propios están con uno en todos los sitios, y los reproches, y los miedos… así
como también están el amor, la posibilidad de aceptarse y de perdonar lo que
hubiera pendiente, la opción de abrazarse, la reconciliación, la posibilidad
del resto de la vida en armonía…
Quedarse
a solas con uno mismo es un ejercicio de amor. Es algo que debiera ser
inaplazable y que, increíblemente, aplazamos. Antes o después, ha de suceder la
reconciliación incondicional con uno mismo; amarse a pesar de todos los
pesares; comprenderse, aceptarse, acogerse en un abrazo con la promesa de que el
resto de la vida será de otro modo más sereno y comprensivo.
Es
imprescindible la reconciliación. Hacer cuanto sea necesario para que estar a
solas sea grato, sea un placer, sea algo que busquemos con la mayor asiduidad
posible para disfrutarlo, y que no sea el momento que se aprovecha para
auto-reprocharse, para echarse en cara asuntos atrasados, o para permanecer
callado en una actitud intransigente y mostrando animadversión donde debiera
haber júbilo.
La soledad y
estar a solas con uno mismo, son bálsamos para el alma y un agradable tiempo en
el que pasar un rato con el Yo –lejos del yo-, sintiendo la cercanía cada vez
más próxima del Ser Completo.
Te dejo con tus
reflexiones…
Francisco de Sales
Comentarios
Publicar un comentario
Nada cuesta agradecer