Somos parte del problema creado
Cada vez que reaccionamos
conflictivamente, percibimos que algo o alguien nos afecta. Nuestra reacción es
subjetiva y corresponde a esta interpretación: “Algo que viene de afuera me
está causando esto que siento”.
¿Quién o qué siente o experimenta esa
emoción de afectación? ¿Quién o qué afecta? ¿Cómo somos afectados?
Cuando nuestras expectativas o planes
son satisfechos, nos mostramos complacidos, exitosos y conformes –no aparece
ninguna manifestación de conflictividad. Nuestras personalidades fluyen aparentemente
armoniosas con los eventos o relaciones que nos han posibilitado la experiencia
placentera.
Cuando nuestras expectativas o planes
no son satisfechos, nos mostramos molestos, frustrados, inconformes –aparecen
las manifestaciones de conflictividad: hostilidad, mal humor, tristeza o rabia,
malestar. Nuestras personalidades entran en pugna con los eventos o relaciones
que han propiciado la experiencia que consideramos negativa. Otros no han
cumplido la función de agradarnos o de representar los papeles que les hemos
asignado. En nuestras mentes, volvemos a ser niños que dependen de las acciones
de otros para ser agradados y servidos y reaccionamos agresiva o rabiosamente
contra quienes no nos proporcionan ese trato que ansiamos.
Obviamente, nos relacionamos como
seres humanos con personas o situaciones que nos afectan en nuestras mentes o
en nuestros cuerpos. Vivimos en un mundo inequitativo donde participamos
de los problemas no resueltos y de las cargas culturales heredadas de nuestros ancestros.
Somos conmocionados por los fanatismos provenientes de las religiones, las
culturas y los sistemas políticos. La violencia de otros puede causarnos daños
físicos o psicológicos; otros pueden afectar nuestras existencias y podemos
considerar legítimas nuestras reacciones o protestas –nuestra economía,
nuestros recursos materiales, nuestra supervivencia pueden ser afectados por
las acciones de otros (personajes aislados o colectivos humanos, autoridades o
instituciones).
En nuestras relaciones afectivas
particulares se refleja todo ese cúmulo de influencias del entorno y del
pasado. Muchas veces seguimos comportamientos de nuestros grupos sociales y
familiares que son habituales y considerados como correctos aunque nos atraigan
disociación y pugnas cuando interactuamos con nuestros allegados y nuestras
parejas.
Al actuar guiados por nuestros egos
ventajosos, o ambiciosos, o con una mentalidad infantil de ganancia y
dependencia o condicionamiento respecto a otros, entramos fácilmente en
terrenos de conflicto y agresividad. Nos declaramos conquistadores de las
mentes y cuerpos de otros o en adversarios porque no logramos conciliar con
ellos y porque esperamos su sujeción y obediencia a nuestros proyectos y a la
programación que les hemos asignado.
La libertad de otros que aceptamos es
la libertad que establecemos en nuestras vidas, considerando que ellos y
nosotros podemos ejercer nuestra autonomía y sólo se ajustarán a nuestros
planes si lo sienten como adecuado o como espontáneamente factible.
Y es adecuado entender que la paz y
el equilibrio de nuestras mentes proviene de relaciones cordiales y
constructivas; que nuestro bienestar y nuestra tranquilidad refleja lo que
obtenemos en esa interacción. Igualmente nuestro malestar y nuestro desasosiego
reflejan relaciones desiguales y ambiguas.
HUGO BETANCURT
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